jueves, 17 de enero de 2013

La relajación

Totalmente mentira lo de la relajación. Ser una madre relajada es una utopía que se deshace por los tironeos entre una niña que insiste en caerse con una sofisticación creciente y, por el otro lado, la gente responsable que te avisa "mirá que la nena agarró el magiclick y se lo está metiendo en la oreja, ¿vos la dejás?".
Hoy tuvimos pediatra, esa agencia privada del mal que te hace esperar media hora y te atiende por 10 minutos, aprovechando la laguna mental que te inunda cuando no hay mucho más que decir y la "pacientita" está totalmente desenfrenada golpeando los vidrios como si fuera un barrabrava. Pero eso no es lo importante. Lo verdaderamente importante es que en los consultorios que se precien de tal siempre hay revistas de playa: aquellos ejemplares que no se compran en la vida cotidiana pero se estudian, se debaten y se rememoran cuando los pies encallan en la arena. Claro que, oh ilusa, ese tipo de clasificaciones pertenecen a mi vida anterior, y de nada vale tratar de actualizarlas en éste, el consultorio que no me pertenece: eso es lo que debería haber reflexionado hoy mientras me sentaba, cruzaba las piernas —lo que demuestra que no haré ninguna maniobra de salvataje de emergencia— y abría una ohlalá. La niña, ni lerda ni perezosa, se aferró a la sillita de plástico para menores tratando de subirse: tal fue su tesón que rodó por el piso pivoteando con la cabeza. La costumbre de ver ese tipo de escenas en el hogar me permitió pasar la página sin pruritos y decir, mientras leía el titular sobre "la madre del mes de octubre": "Vamos, vamos, no pasó nada, arriba". Pero ahí estaba el representante de las huestes responsables, para continuar la tarea que yo no deseaba empezar: "Uy, bebé, ¿te lastimaste? ¿Te golpeaste mucho? ¿La cabeza? ¿Dónde?", frente a una purreta que se mantenía acostada y mirando para todos lados para ver si ligaba una upa. Ese es el momento en el que hay que deshacerse en explicaciones acerca de lo importante que me parece el entrenamiento físico en los niños, y de lo trascendental que me resulta abrir una maldita revista lobotómica en un consultorio médico. Lo dicho: es mentira eso de que la experimentación (a veces brusca) del niño esté avalada y estimulada por el mundo adulto. Sólo hace falta mirar la trayectoria de un resbalón leve sin ánimo de atajar al crío como si fuera un penal mundialista, para que alguien te diga: "ah, bueno, vos la dejás, pero a mí me da un poco de miedo que se lastime", como si en ese tiempo de tolerancia para la caída también estuviese consensuado que se desarme como un mecano.

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